Después de Tokio
año cero, David Peace prosigue su trilogía de Tokio con Ciudad ocupada, novela
inspirada en las obras de Ryunosuke Akutagawa, como Jigokumon, La puerta del
infierno, y en la película de Kurosawa que inspiraron, Rashomon. Estamos ante
la fórmula de las distintas versiones de un mismo hecho, con lo cual el uso de
la primera persona que hiciera en la novela anterior da paso a la multitud de
voces de los protagonistas del suceso que se cuenta: el atraco a un banco
perpetrado a base de obligar a ingerir veneno a todos los trabajadores de la
entidad, punto de partida que posteriormente le permite al autor entrar de
lleno en el desarrollo de armas biológicas probadas con prisioneros por Japón
antes y durante la Segunda Guerra mundial.
La primera persona sigue siendo
protagonista, como el monólogo interior, pero en esta ocasión se constituye en
un coro con protagonismo múltiple que nos aporta distintos puntos de vista, lo
cual deriva en una compleja novela que a pesar de su exigencia para el lector
es tan adictiva como Tokio año cero y
nos conduce por un laberinto aún más complejo si cabe que el de aquella. La
estructura recuerda la fórmula de cartas, diarios y mensajes con la que Bram
Stoker construyó su Drácula, pero
mucho más elaborada, ambiciosa y con una complejidad que supera de largo la obra
sobre el conde vampiro.
Si en la anterior novela destacaba
la manera de exponer el procedimiento policial, sobre todo en lo referido a la
investigación sobre los cadáveres y los lugares en que se ha cometido el
crimen, así como el interrogatorio de los sospechosos, etcétera, en esta
ocasión Pace construye un puzle que aborda tanto la visión de los
investigadores como la de los conspiradores e incluso la de las víctimas del
asesinato, que nos hablan desde las primeras páginas de la novela. El diario
del policía, que se convierte en contrapunto narrativo de las voces más
poéticas de los muertos con las que arranca la trama o el protagonismo del
escritor, desvela el tapiz de conflictos y luchas por el poder dentro de la
policía.
El escritor de “ese libro que no es un libro” es un protagonista más de la trama, y
su inclusión como tal constituye una reflexión interesante y lúcida sobre el
papel del narrador. Al mismo tiempo, narrados en tercera persona, los
fragmentos del escritor atrapado con todos los implicados en el círculo mágico
de velas de la puerta negra introducen una pincelada sobrenatural en el relato,
incorporando a la elaborada alquimia de la novela una mezcla de terror que
cruza la fantasía propia del cine de terror japonés con el relato de terror
cotidiano y real derivado de los experimentos con las distintas armas
biológicas.
El tema de la guerra y el pasado, la
subtrama de los supervivientes, clave tanto en Tokio año cero como en esta nueva novela de Peace, se materializa
en esta ocasión en el personaje de la superviviente al envenamiento, que
reflexiona: “Pero la guerra no se ha
terminado. Y una taza no es una taza. Y la medicina no es medicina. Un amigo no
es un amigo y un colega no es un colega (…). La guerra no se termina nunca”.
La ciudad ocupada del título. El
jeep norteamericano que mancha de barro a los viandantes. El oficial
norteamericano cuyo nombre esgrime el asesino para ganarse la confianza de las
víctimas del envenamiento… son algunas de las huellas de la ocupación que se
van introduciendo en el relato de intriga propiamente dicho.
La manera en la que Peace aborda esa
construcción de su novela como laberinto genera una lectura absorbente,
obsesiva, “en las ruinas de esa ciudad, las ruinas de este libro
tu
libro, ese libro
echado
a perder; aquí, donde fluctúas entre la desesperación y la euforia, al
desesperación que te causan la muerte y la destrucción, la euforia que te
causan la muerte y la destrucción, aquí, entre los ríos de tinta y las montañas
de papel, entre las hogueras de palabras y los fosos del suelo, esos fosos que
hay que llenar con cenizas, con las cenizas de esas hogueras
las
cenizas del significado”.
Un oficial norteamericano que
investiga el programa de armamento biológico japonés introduce un nuevo aspecto
en el relato que abre la perspectiva del género de intriga conspirativa y al
mismo tiempo permite a Peace abordar el tema de la corrupción.
Antes y durante la Segunda Guerra
Mundial, los japoneses habían estudiado la guerra biológica: defensiva y ofensiva,
con vistas a defenderse de un posible ataque soviético con ese tipo de armas en
Manchuria. Estudiaron los agentes, peste, cólera, disentería, salmonella, ántrax…
Según afirmaban, los rusos habían utilizado armamento biológico en Manchuria en
1935. El principal centro de armamento biológico estaba en Pingtan, cerca de
Harbin, Manchuria. Allí se desarrolló la bomba Uji para inocular la peste, con
pruebas en humanos de las que fueron víctimas prisioneros chinos y
norteamericanos, o la bomba Ha. Allí alcanzaron nuevas cotas de temible
perversidad en sus experimentos la Unidad 73.
El oficial Murray Thompson descubre
y habla de todo ello en su voz en off, que sigue a una especie de prólogo de
las teorías de conspiración que hace el personaje de la superviviente: “En esta ciudad donde las cosas se registran
públicamente y se borran en privado, esta ciudad de medias verdades y mentiras
enteras”.
Añadan a estos personajes a Kogoro
Shimizu, el Detective Mágico, o los relatos del periodista que afirma: “Conozco este río y conozco esta montaña. El
olor de estos fuegos y el sabor de estas cenizas. Lo sé todo de las falsedades,
lo sé todo de las mentiras. Porque soy un maestro de las Falsesades y un
maestro de las Mentiras. Mi negocio son las falsedades y son las mentiras.
Porque soy un periodista y estos son mis relatos”.
El periodista aporta al conjunto al
reflexión del papel de los medios de comunicación en nuestros días, y la
corrupción creciente de ese papel, que puede ser tan aplicable al momento
histórico en que se desarrolla la novela como a nuestra más rabiosa actualidad,
levantando testimonio del descorazonador papel de la prensa en nuestros días.
“EN
LA CIUDAD INVENTADA, un día nuevo una historia nueva, una historia más para un
día más; siempre hay un día más y siempre hay una historia más en la ciudad
inventada”.
Y finalmente, demoledoras
conclusiones: “Estoy listo porque creo
que tú, camarada sabes igual que yo que la guerra está dentro de cada hombre,
da igual cuales sean sus ideas políticas, da igual cual sea su religión, da
igual su nacionalidad y da igual su raza. Es el abismo que se abre bajo las
pieles de todos y dentro de nuestros cráneos. Y en cuanto uno se asoma a ese
abismo como nos hemos asomado nosotros, ya no podemos apartar la vista, porque
el abismo nos devuelve la mirada, nos tiñe los corazones de negro y el pelo de
gris. Y con los corazones negros y el pelo gris ya no somos humanos, ya no
somos más que guerra, no somos más que asesinato y muerte”.
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